1907 fue un año clave para el
desarrollo de las vanguardias artísticas; fue el año en que Picasso pintó Las señoritas de Aviñón, el cuadro que
dio el pistoletazo de salida al cubismo, un movimiento revolucionario que
forzaba los límites de arte de la pintura en un intento de incorporar a este
medio elementos que le habían sido completamente ajenos hasta entonces: el
tiempo y la descomposición del espacio. Las
nuevas ideas y exploraciones artísticas se sucedían unas a otras y en ocasiones se solapaban. Irán apareciendo grandes
nombres, grandes acontecimientos.
Strindberg. Staden (La ciudad). 1903.
Llegada la segunda mitad del siglo XX, la capital mundial del arte, París,
pasará a Nueva York, dónde aparecerán nuevas figuras que se adueñarán del
panorama artístico. Aún así, las cosas
no son tan fáciles, no acaba un movimiento artístico y empieza el siguiente de
un año para otro. Ni el epicentro del arte y sus creadores pasan de una ciudad
a otra por motivos simples. Muchos de estos cambios obedecen a
motivos económicos, políticos o de otras índoles en los que no entraremos ahora,
aunque para quien quiera conocer más sobre esta relación entre el arte y la
política recomiendo la Sucinta historia del Arte Contemporáneo
europeo, escrita por Javier Maderuelo. Del mismo modo que suelen ser los
vencedores los que escriben la historia, con el arte suele ocurrir algo
parecido y en los manuales solo aparecen los artistas que estuvieron en el sitio
adecuado en el momento adecuado. Con
ello no trato, ni mucho menos de quitar méritos y reconocerles su lugar en la
historia: Matisse, Kandinsky, Picasso, Duchamp, Dalí, Miró… años después Willem de Kooning, Jackson Pollock o Mark
Rothko. Sin lugar a dudas y dejando a muchos sin nombrar porqué es imposible
mentarlos a todos, éstos han sido algunos de los artistas más importantes que
ha dado el siglo XX. Genios creadores que abrieron en su momento el camino a eso que hoy entendemos como arte contemporáneo.
2012 ha sido un año lleno de
descubrimientos y aprendizaje para mí, en lo personal y en lo profesional. Por
ello mi eterno agradecimiento a todos aquellos que ya sabéis que os debo tanto
y a los que no, también, gracias mil a todo el que lea este artículo y consiga
descubrir, como lo hice yo en su momento, un nuevo portento artístico: August Strindberg (1848-1912). Su obra es mi regalo para quien la quiera
disfrutar, como despedida del año que acaba y como inicio del que llega.
August Strindberg fue un reconocido escritor y dramaturgo sueco. No falta verdad en estas palabras, pero no fue ésta, al menos para quien escribe estas líneas, su faceta más destacable: August Strinberg fue todo esto y mucho más, y sobre todo un gran pintor.
Strindberg. La noche de los celos, 1893
Esta excelente obra, realizada en
1893, nos permite comprobar sin ningún tipo de duda el excesivo adelanto a su
tiempo por parte de Strindberg. En ocasiones, estos adelantos
artísticos a la linealidad y ordenamiento de la historia del arte se suelen
pagar con la marginación o con la no mención del artista en cuestión en los
libros y manuales. Pero para eso está este blog, o al menos para intentarlo, y
situar a este gran artista en su lugar correspondiente.
En los últimos años del s.XIX y
los primeros del XX, mientras Matisse,
Derain y otros salvajes del color dan
lugar al Fauvismo, August Strindberg
iba más allá, sumergiéndose con todas las consecuencias posibles en una nueva
pintura expresionista. Repetía insistentemente una misma composición en muchas
de sus pinturas; formatos verticales en los que representa lo que parece ser un
paisaje con un punto de vista muy bajo, de manera que al menos dos tercios del
mismo corresponden al cielo.
Strindberg. Packis i stranden (Bancos de hielo en la playa), 1892
Todo el perímetro del cuadro está invadido de lo
que solo podemos interpretar como una masa vegetal que encuadra el paisaje,
creando así una sensación de visión desde el interior de un bosque, o la vista
desde el interior de una cueva hacia una explanada o hacia el mar. Estas
primeras pinturas recuerdan a las obras más célebres de uno de los grandes
genios de las vanguardias del siglo XX, Mark
Rothko, perteneciente al igual que Pollock a la Escuela de Nueva York.
Mark Rothko. No 1. Royal Red and blue. 1954.
Después de un lento y tortuoso
camino pictórico, Mark Rothko desembocó en las últimas décadas de su vida, en
una serie de pinturas de composiciones reiteradas en las que varios rectángulos
horizontales flotan irradiando color y ocupando casi toda la superficie de
grandes lienzos verticales.
Mark Rothko. Orange and Yellow. 1956
Estas composiciones producen una sensación de vacío
en la superficie del lienzo, forzando la escasa acción pictórica a ocupar solo
el perímetro de la pintura. Realizadas medio siglo después, estas composiciones
de Rothko recuerdan intensamente a las de Strindberg en los años del cambio de
siglo XIX al XX (Infierno, La caverna,
Otoño amarillo…) y producen en el espectador un efecto similar; Strindberg
se debate entre el paisajismo romántico y la aún poco menos que impensable
abstracción, mientras Rothko, medio siglo más tarde, se niega a ser encasillado
como un simple pintor abstracto, huyendo del potencial de frivolidad que puede
tener este tipo de pintura.
Strindberg, Inferno 1901.
Tanto en Strindberg como en
Rothko hay algo más, ese algo indefinible que diferencia el gran Arte del arte
ordinario. Con estas pinturas que llenan los lienzos de vacío y obligan a lo
pintado a ocupar solamente su perímetro, los dos artistas parecen apelar, de
una manera más intuitiva que racional o científica a algunas características de la propia visualidad.
Es difícil negarse a ver en estas
pinturas de Strindberg una obra de intención puramente abstracta; de hecho,
cuanta más atención se presta a las supuestas formas vegetales que circulan en
el cuadro, menos las percibimos como vegetales. En Otoño amarillo, Strindberg no ha hecho el más mínimo esfuerzo para
que esas formas parezcan hojas o ramas, son simplemente espatulazos de color
que desprende la vivacidad y la energía necesarias para dinamizar los límites y
crear un rotundo contraste con los silenciosos capos de color que ocupan el
centro del cuadro, y que pueden interpretarse, o no, como el cielo y el suelo
de un paisaje.
Con sus pinturas, Strindberg y
Rothko nos están hablando del propio hecho de mirar, y parece que nos quisieran
presentar el material del que está hecha la visualidad en su estado puro; antes
de ser convertido en inteligencia. La insistencia en que los cuadros estén dominados
por el silencio con la sola excepción del perímetro lleva nuestra atención a
los límites de nuestro propio campo visual.
A diferencia del retángulo del cuadro, nuestro campo visual no acaba repentinamente con ángulos rectos; nuestro campo visual es la suma de los campos visuales que se funden de manera casi inapreciable y que acaba con unos límites que no somos capaces de situar ni definir. Rothko con sus obras de madurez y Strindberg mucho antes parecen quere poner de relieve este misterio, como ya hemos visto en ocasiones es capaz de hacernos levitar en nuestro pensamiento y abstraernos a un eslabón más profundo del conocimiento.
Strindberg. Solnedgäng (Puesta de sol), 1892
A diferencia del retángulo del cuadro, nuestro campo visual no acaba repentinamente con ángulos rectos; nuestro campo visual es la suma de los campos visuales que se funden de manera casi inapreciable y que acaba con unos límites que no somos capaces de situar ni definir. Rothko con sus obras de madurez y Strindberg mucho antes parecen quere poner de relieve este misterio, como ya hemos visto en ocasiones es capaz de hacernos levitar en nuestro pensamiento y abstraernos a un eslabón más profundo del conocimiento.
August Strindberg. Stocolmo 1849-1912
Paco Linares Micó