Explicaba Elena Sainz en uno de sus textos
que en una ocasión se encontró con un punto, una pequeña visión de la realidad
que no pretendía otra cosa que pertenecerle. Por mucho que ella evitase ser
propietaria absoluta de ese punto, siempre acababa entendiendo que debía ser
suyo, pues no era un punto cualquiera, era el suyo propio: su punto de vista
del mundo, de la vida, de la existencia.
Cuando
entendió la importancia que este punto tenía para ella no concibió otra cosa
que compartirlo con todo aquel que lo quisiera conocer. Y fue así como poco a
poco, fueron cobrando sentido esas visiones suyas con las que se encontraba
cada día al salir a la calle.
Elena
Sainz observa el mundo como un ser invisible que habita en un castillo
transparente, en compañía de su punto de vista. Desde ese recinto inadvertido
observa desde su ventana, sin renunciar a la mirada infantil, obteniendo así
impresiones depuradas que le ayudan a entender todo aquello que se encuentra a
su alrededor.
¿Dónde
radica pues el sentido de estas miradas suyas al mundo que la rodea? Para ella,
la vida sin su punto de vista no es vida, sería como estar encerrada en una
celda sin espejo. Elena depende de nosotros, receptores de sus dibujos para que
éstos cobren sentido. Solo compartiendo su punto de vista es como sus
creaciones adquieren su verdadera razón de ser.
Todos
sus dibujos, realizados con pluma japonesa que moja en tinta de gelatina,
adquieren verdadero significado cuando el resto de los mortales los observamos,
quedando atrapados en el laberinto de ideas que transmiten sus personajes.
Cuando dibuja a una señora londinense,
le está dando vida; con su paraguas, sus zapatos puritanos de atrevida
Inglaterra, dejando entrever su pelo, que asoma bajo un sombrerito. Esta señora
es así porque la ha dibujado Elena, es un dibujo suyo, pero si no llega a los
demás, esta buena señora inglesa no alcanzará a existir jamás. Tal fue la
afirmación de la artista en una de nuestras maravillosas conversaciones: “Yo
dependo de mi punto y de vosotros, con quienes necesito compartirlo”.
En 1986 Elena Sainz
recibió un encargo de su hermano Javier: ilustrar un libro de cuentos. La
ilustración es una mezcla de dibujo y literatura, hecho que viene como anillo
al dedo a quien escribe con el dibujo e
ilustra con las palabras. Y fue precisamente a partir de esta fecha, dibujando
de forma literaria, como fue creando su propio estilo, siempre a partir de
series, la última de ellas la que da título a esta exposición: Destino cruzado. Elena suele dibujar
siempre con un instrumento más apto para la escritura, y no es éste un acto en
balde, sino una verdadera declaración de intenciones: utilizando una pluma
japonesa propia de la escritura, nos presenta personajes y mundos llenos de
significado, propios de su percepción y sus vivencias. Cuando recibió aquel
encargo por parte de su hermano, Elena ya estaba plenamente integrada en la
vida londinense. Empezaba a gestarse por aquel entonces el hilo conductor que
irá desarrollando durante toda su trayectoria artística. En aquella época
trabajaba en la Embajada española y algunos años después comenzaría a dar
clases de español y literatura en el Instituto Cervantes de Londres.
El largo período
que pasó en la capital inglesa sirvió a Elena para entender a fondo y desde
dentro la cultura inglesa. Su particular visión de aquellos años queda
plenamente reflejada en las exposiciones que fue realizando en centros de arte
tan ilustres como Canning House, el Hampstead Museum o el Brent Museum. Bajo títulos tan
sugerentes como Oniria o Fools in love-Ilusos e ingenuos enamorados.
Aquellas muestras indicaban de forma clara su talento y peculiar mirada, ese
punto de vista, solo suyo, que compartía con todo aquel que admiraba sus
dibujos. Muchos de los rostros que aparecían entonces en sus creaciones eran lo
que ella entendía como faceless, sin
expresión, algo fácil de vislumbrar en el código de conducta inglés: no
exteriorizar a priori los sentimientos, dejar patente ese aspecto interior de
la conducta británica tan contrario en ocasiones al español. Aunque ese
carácter inglés, aparentemente más tímido, pero enormemente enriquecedor y
abierto para quien sigue profundizando y buscando en él, contrasta con la
expresividad y extroversión de la cultura mediterránea. Es este uno de los
elementos principales que Elena podrá contrastar al regresar a España,
convirtiéndose en el germen de Destino
cruzado: Londres y Alicante, donde disfruta ahora de su retiro mediterráneo,
tras haber llevado durante muchos años una vida plenamente inglesa. Ambas
ciudades son por tanto dos caminos que convergen en un punto, que se cruzan y
se complementan.
El recorrido de las
obras expuestas constata una clara diferencia entre la interiorización
británica latente en sus dibujos ingleses y la espontaneidad y expresividad más
radical de los realizados en Alicante. Como ella misma dice, expresar
expresiones, ya sean faciales o corporales. Cuando Elena llega a su nueva
ciudad capta rápidamente, a través de su mirada curiosa, que la forma de vida
de la gente es muy exterior. En su amado Londres no se suele hablar enseguida de
lo personal, menos aún a desconocidos, ni se suele mostrar el estado de ánimo a
través de gestos o muecas. Por ello, las caras de sus dibujos ingleses suelen
ser más estáticas y apagadas. No hay demasiado énfasis emocional, aunque sí
encontramos una fuerte carga de romanticismo. Al regresar a España, Elena queda
fascinada por la fácil lectura del rostro de las personas con las que se cruza
por la calle, por ello decide emprender una serie de obras con el gesto como
protagonista. En otros casos lleva a cabo escenas con un marcado carácter
surrealista, que en ocasiones adquiere incluso un aire filosófico. A través de
esquemáticos y fragmentados dibujos representa pequeñas historias vitales,
expresiones faciales y situaciones cotidianas capaces de hacernos suspirar,
sonreír o incluso soñar.
Un
aspecto diferenciador en los dibujos de Elena Sainz es la aparición de la
ironía. El análisis de sus escenas y de sus personajes, incita siempre a
nuestra curiosidad, por ello, y para preservar sus dibujos de interpretaciones
que limiten su sentido, suele recurrir a motivos que, sin ser cómicos, sí
pueden resultar irónicos. De este modo, podemos encontrar en esta exposición
algunos relatos dibujados en los que el visitante puede llegar a construir su
propia historia.
Son muchas las referencias artísticas y
culturales que ha ido amasando Elena a lo largo de toda su carrera, desde Cecil
Collins a Frida Kahlo, pasando por Paul Klee o Federico García Lorca, aunque considero necesario
resaltar la figura de Jean Cocteau, como prototipo de artista integral: poeta,
dibujante, director de cine o coreógrafo. Esta mención es importante para
constatar que todo el conjunto de su obra es producto de una vasta cultura.
Suele decir a sus amigos que le seduce la idea de ser atleta, más concretamente
del atletismo intelectual, basado en acrobacias vitales, ya que tres han sido
las disciplinas que ha mantenido siempre en el aire: la docencia, la poesía y
el dibujo. Es la última de éstas la que más nos interesa en esta ocasión, pues
aún englobando a las otras dos de forma indirecta, fue el dibujo lo que se
convirtió en su gran placer, porque como ella misma dice: “no voy a permitir que
esta vida me amargue la existencia”.
Paco Linares Micó
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